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martes, 1 de octubre de 2024

SOFISTAS Y SÓCRATES

 OS ADJUNTO PARA IMPRIMIR Y ESTUDIAR 




LOS SOFISTAS Y SÓCRATES (siglo V a. de C)

En la Grecia continental va teniendo lugar en esta época una evolución importante: la aristocracia (una nobleza de terratenientes que disponía de todo el poder económico y político) va perdiendo terreno, pues las técnicas de guerra cambian y ganar la guerra ya no depende solo de los jinetes armados costosamente, sino de los “hoplitas” (que eran ciudadanos de clase media) o de los remeros (que eran los pobres). Así, la nobleza va perdiendo el monopolio de la defensa de la ciudad y ya se va haciendo difícil justificar su dominio del poder político. Por otro lado, desde comienzos del siglo VII a. de C. se produce una revolución económica conforme a la cual el comercio y la pequeña industria van floreciendo, con lo que la riqueza de los terratenientes va cediendo ante “nuevos ricos” que no pertenecen a la nobleza. Es una época de mucha inestabilidad en la que se dan revoluciones sociales que exigen un mejor reparto de las tierras y la abolición de las deudas. Aparecen varios legisladores y tiranos que monopolizan el poder temporalmente apoyados por el descontento popular: en Atenas, por ejemplo, Dracón, Solón, Pisístrato, Clístenes. Se va preparando el terreno para la democracia. Esta es la época de la llamada “Grecia clásica”. Los griegos han vencido a los persas (en las llamadas guerras médicas, que comenzaron en 490 a. C. y se extendieron hasta el año 449 a. C) y eso les confiere tranquilidad con respecto al exterior (aunque las guerras entre las ciudades griegas serán continuas). Atenas tiene la supremacía en esta época y, además, disfruta de un período de paz relativa. En Atenas, con el triunfo de la democracia, unida a su esplendor económico y cultural, se crea una situación nueva y surgen nuevos problemas: las investigaciones cosmológicas de los primeros filósofos van perdiendo importancia y las discusiones se centran en la democracia (igualdad política y social, y gobierno del pueblo), la libertad (libertad personal pero sometimiento a la ley) y la ley, considerada el único soberano permanente, pues las magistraturas son efímeras e incluso se sortean. 

Los sofistas fueron unos educadores de la juventud -a sueldo- extranjeros que se fueron estableciendo en Atenas. Ofrecían, por grandes sumas de dinero, una educación acorde con los tiempos y que prometía servir para el triunfo en la vida pública ateniense. Así, daban especial importancia a la oratoria, entendida como una habilidad para convencer en la Asamblea pública y ganar pleitos en los tribunales. Fueron, además, grandes oradores, que ofrecían exitosos discursos. Los sofistas no consistían en una escuela homogénea, sino que eran diferentes individuos con diferentes opiniones aunque compartían algunos rasgos comunes: - Se ocupan, como consecuencia de las nuevas necesidades surgidas por la democracia, de temas prácticos: de política, de moral, de religión, de educación, del lenguaje… - Comparten una actitud relativista y, en ocasiones, escéptica: abandonan el estudio de la physis (de la naturaleza) por considerar que es un problema cuya verdad no podrá conocerse; en el ámbito del hombre y la sociedad también son relativistas: los sofistas eran grandes viajeros y habían podido comprobar que no existen dos pueblos con las mismas leyes o costumbres. - Eran personas de gran cultura y conocimientos que influyeron decisivamente en la vida de Atenas, cuestionando las instituciones vigentes y aportando nuevas ideas. Pero sus ideas y los instrumentos que enseñaban (la oratoria y el arte de discutir persuasivamente) eran susceptibles de ser manipuladas por las personas más ambiciosas e individualistas de la época. Por eso, la figura del sofista ha pasado a la historia revestida de cierta ambigüedad. 


PROTÁGORAS Amigo de Pericles, disfrutó de gran fama en Atenas. En un libro suyo sobre los dioses afirmó que “no es posible saber si existen ni cuál es su forma o naturaleza. Pues hay muchos obstáculos para investigar esto: la brevedad de la vida y la obscuridad del problema”. Su postura era, pues, agnóstica. Aunque fue acusado de blasfemia y ateísmo y tuvo que huir a Sicilia. Su doctrina más conocida afirma que “el hombre es la medida de todas las cosas; de las que son, en cuanto que son, y de las que no son, en cuanto que no son”. Con esta enigmática afirmación pudo haber querido expresar una suerte de relativismo cultural: cada pueblo posee leyes y costumbres diversas, considerándolas las mejores. La ley, por tanto, no es algo basado en la naturaleza sino que es una “invención” de los legisladores: la ley (nómos), así, existe por convención, no por naturaleza, por lo cual es modificable. Aunque Protágoras concluye de esto que, ya que toda ley es convencional, incluso las nueves leyes, lo mejor es mantener, en la medida de lo posible, las que ya se tienen. 

 GORGIAS Se cuenta que abandonó pronto la filosofía, renunciando al conocimiento objetivo de las cosas, para dedicarse fundamentalmente a la oratoria. Escribió un tratado en el que vino a decir las siguientes afirmaciones enigmáticas (y probablemente las dijo para atacar a los discípulos de Parménides de Elea, negadores del movimiento y la pluralidad, llevando al absurdo la filosofía de los eléatas). Sus tesis sobre el nihilismo, las leemos y las comentamos a continuación: Nada existe. Pero si existiera, no podría ser conocido. Y si pudiera ser conocido, no podría ser comunicado ni explicado a los demás. - Nada existe, pues si existiera, debería proceder de algo o ser eterno. Pero no puede proceder de algo, pues si procediera de algo debería proceder del ser o del no-ser. Pero Gorgias entiende el ser como hacía Parménides, como algo inmutable, que no cambia; y tampoco puede ser eterno: si lo fuera, sería infinito, pero lo infinito no está en ninguna parte, pues no está ni en sí mismo ni en otro ser. - Aunque existiera, no podría ser conocido, pues para ello debería ser pensado, pero lo pensado es distinto de lo que es, lo pensado es distinto de la realidad pensada. - Si pudiera ser conocido, no podría ser comunicado, ya que es diferente lo que se menciona de lo mencionado (un color no puede ser oído, ni una melodía puede ser vista: tampoco lo que es puede convertirse en lenguaje, por lo que no puede ser comunicado a los demás).


Sócrates (470-399) no era meteco (extranjero), como eran los sofistas, sino que era ateniense, proveniente de una familia modesta (se cuenta que su padre era escultor y su madre comadrona). Nunca ambicionó la riqueza ni el triunfo político. Sócrates no dejó nada escrito y nos han llegado noticias contradictorias sobre su vida: Aristófanes, comediógrafo, se burla de él; Jenofonte, historiador y filósofo, presenta una figura un tanto ramplona; Platón, que fue su discípulo, nos muestra un personaje fascinante; y Aristóteles, discípulo de Platón, nos aporta también datos que parecen rigurosos. Nos quedamos con estos dos últimos autores para describir a Sócrates. 

Apodado por él mismo “el tábano de Atenas”, Sócrates no escribe libros, no cobra a sus discípulos (como sí hacían, en cambio, los sofistas) y no presume de sabiduría. Se cuenta que un amigo suyo marchó a Delfos a preguntarle a la pitonisa si había algún hombre más sabio que Sócrates, a lo que el oráculo respondió que no. Pero Sócrates entendió esa respuesta de este modo: sólo los dioses son sabios; y los humanos que reconocen, como hacía Sócrates, que no saben nada, están más cerca 3 de la sabiduría que aquellos (como los sofistas) que creen saberlo todo ya. Sócrates, así, se muestra como una persona que dedica su vida a la búsqueda de la verdad, dedicándose a “examinarse a sí mismo y a los demás”, pues “una vida sin examen, sin reflexión, no merece la pena ser vivida”, una reflexión sobre el bien del alma, la justicia y la virtud en general. Fue condenado a muerte por la democracia ateniense: la acusación fue “no honrar a los dioses, introducir dioses extraños y corromper a la juventud”, aunque probablemente el verdadero motivo del juicio no fuese esta acusación. En Atenas se acababa de restaurar la democracia y se vivía un ambiente de trauma por la guerra del Peloponeso (que había enfrentado del 431 al 404 a. C. a Esparta contra Atenas y sus respectivas ciudades aliadas), las luchas de la oligarquía por tomar el poder y, fundamentalmente, el breve pero terrorífico gobierno de los Treinta Tiranos (404-403), algunos de cuyos miembros eran conocidos o habían sido discípulos de Sócrates. Quizá por eso fue condenado Sócrates. 

Con respecto a su doctrina y su forma de vida, el Sócrates que nos muestra Platón en sus diálogos es alguien que entiende la filosofía como una búsqueda colectiva de la verdad y en diálogo. Sócrates no cree que ya posee la verdad ni que pueda encontrarla él solo. Cada persona posee dentro de sí una parte de la verdad, pero para descubrirla necesita de la ayuda de otros. Y para ese cometido tiene Sócrates un método, conocido como “la ironía y la mayéutica”. La primera parte, la ironía, consiste en hacer preguntas de tal modo que el interlocutor acaba reconociendo su propia ignorancia: el que creía que sabía, acaba, acorralado por las preguntas del filósofo, descubriendo que no sabe nada. A partir de ese momento, mediante la mayéutica (el arte de ayudar a dar a luz, que era el oficio de su madre), se persigue, con un juego de preguntas, que el otro llegue a descubrir la verdad por sí mismo. Así, Sócrates no tiene ninguna doctrina que comunicar: simplemente ayuda a los demás y busca con ellos en común: “yo nada sé, soy estéril, pero puedo servirte de partera, y por eso hago encantamientos para que des a luz tu idea”, se lee en el Teeteto, un diálogo de Platón. Por otro lado, Aristóteles nos dice lo siguiente en su obra Metafísica: “Dos cosas pueden atribuirse a Sócrates: los razonamientos inductivos y la definición de lo universal; y ambas se refieren al mismo comienzo de la ciencia. (...). Y es que Sócrates se pregunta, fundamentalmente, “¿qué es… (el valor, la justicia, etc.)?” y espera que su interlocutor le dé una definición. Sócrates busca, pues, las definiciones de las cosas (centrándose en cuestiones morales), las cuales deben contener la esencia inmutable de la cosa investigada. Al contrario que los sofistas, Sócrates se pregunta por la esencia de las cosas, aunque en todos los primeros diálogos de Platón, donde vemos este actuar socrático, esta búsqueda concluye en un fracaso aparente. Con respecto a lo que se conoce como intelectualismo moral, la tesis de Sócrates es la siguiente: el saber y la virtud coinciden: el que conoce el bien, obrará bien, ya que solo por ignorancia se obra mal. 

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